Mejor, hablemos del tiempo

porque como me tires de la lengua…

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La patada en el dardo

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El asunto no es de broma: licenciados universitarios desconocen qué significan golpe bajo, rabo entre piernas, manga ancha o francotirador. Insisto en lo de licenciados universitarios; y, además, con oficio de hablar o escribir retribuido. La instrucción pública ha sufrido tantos ataques reformadores que es hoy mustio collado. En esto sí: o revolución o muerte.

Así termina Fernando Lázaro Carreter uno de sus Dardos, «articulillos satíricos, plenos de humor e ironía, que intentaban atajar las pifias verbales difundidas velozmente, y con notable éxito, por los medios de comunicación». Es una auténtica delicia leer a este hombre, tanto por su impresionante dominio del lenguaje -y el buen uso que hace de él- como por lo mucho que se aprende del origen de multitud de palabras y expresiones. Por el contrario, es una lástima que tanta maestría lingüística tenga que verse aplicada a delatar los dislates, a menudo tremebundos, cometidos por personas que precisamente deberían vigilar el uso correcto de la lengua: periodistas, locutores, políticos, jueces…

El nuevo dardo en la palabra forma parte de la bibliografía recomendada de una de las asignaturas del nuevo Grado de Lengua y Literatura Españolas de la UNED – nuevo Grado de Bolonia que sustituye a la antigua carrera de Filología Hispánica, y en el que ha desaparecido la enseñanza del latín, que queda relegado a una mera optativa de último curso. Partiendo de semejante ignominia, que no nos extrañe luego que la gente rebuzne.

Lázaro Carreter cuenta en el prólogo que hasta el siglo XVI no se asienta la lengua española lo suficiente como para que sus hablantes empiecen a advertir la presencia de términos extranjeros que vienen a sustituir a los propios. Así, Juan de Valdés asegura en su libro Diálogo de la lengua (1535) que:

el uso nos ha hecho tener por mejores los [vocablos] arábigos que los latinos; y es aquí que decimos antes alhombra que tapete, y tenemos por mejor vocablo azeite que olio.

Por tanto, además de para designar nuevos referentes importados de otras culturas que no disponían de término propio en la nuestra, el uso de neologismos y extranjerismos empieza a aplicarse porque, sin causa aparente, estos «suenan mejor»:

el negocio está en saber si querríades introducir estos por ornamento de la lengua o por necesidad que tenga de ellos.

En cualquier caso los dardos no apuntan contra los neologismos de una manera puritana: lo que buscan es denunciar las tropelías de la voz pública, cometidas bien por falta de instrucción o bien por falta de atención o de sentido común (¿por qué si siempre hablamos del día siguiente, se dice la píldora del día después?). Porque mientras en el siglo XVI la propagación de palabros y giros incorrectos era muy lenta, hoy la prensa, la radio, la televisión e Internet se encargan de difundirlos de forma masiva e instantánea – y, proviniendo de personas que se ganan la vida con la palabra y a las que se les otorga autoridad en el lenguaje, se asientan y calan mucho más hondo. Y de esta manera se están perdiendo distinciones importantes, como entre oír y escuchar, se reduce nuestro vocabulario activo por emplear siempre los mismos términos, se desgastan las expresiones hasta convertirlas en tópicos, y se difunden los vulgarismos y los errores inexcusables.

Un ejemplo tremebundo de traducción, que a nadie parece chirriarle: el mundo de la I+D se está llenando de unas curiosas llamadas que hace la Comisión Europea en sus convocatorias de proyectos (en inglés: call). Se ve que los miembros del CDTI y de las plataformas tecnológicas españolas, dirigidas por Telefónica (que según su logo no lleva tilde), Atos Origin, o la UPM, son tan importantes que reciben un telefonazo de la propia Viviane Reding cada vez que se abre un nuevo plazo. O a lo peor lo que les llega es una instancia a presentarse en avalancha a todos los proyectos, sea cual sea su temática, como si de un llamamiento a las armas se tratara…

Poca gente queda que siga la labor de Fernando Lázaro Carreter. Está el blog Patada al Diccionario, y personas que de vez en cuando le dedican alguna entrada al tema. Recientemente he llegado hasta el blog Switch off and let’s go, centrado en errores de traducción y doblaje, y la trascendencia de estos en el lenguaje cotidiano. Sin embargo, hay una triste realidad que expone muy bien su autora: que los que nos interesamos por esto somos precisamente los que no necesitamos preocuparnos por ello. Ojalá todo el mundo ante cualquier inquietud o duda acudiera presto a consultar algunos de los diccionarios maravillosos de que dispone la lengua española, como el diccionario de la RAE y el panhispánico de dudas.

En fin. Para que no me mate la úlcera, concluyo mejor con una de esas notas geniales del libro:

¿Por qué, se preguntaba [el comediógrafo Adolfo Torrado], el bombín es cosa de mayor tamaño que el bombón ?; hay que permutar ambos nombres. La misma falta de racionalidad afecta según él a polvorín y polvorón, a botín y botón… Dejaba sin pareja al cojín, por la censura tal vez, pero quizá, por fanfarronería.

Fobia a los guisantes

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Cuando Madeleine se vio sorprendida por la tormenta, fue a refugiarse en la única morada que consiguió vislumbrar en aquel valle. Llamó a la puerta, y la recibió un hombre mayor que la miró asombrado.
-¿Ha venido a pasar la noche? -preguntó el hombre, abriendo más la puerta y dejando entrever una confortable y cálida estancia. No le habían informado de la llegada de ninguna otra candidata, y además su aspecto no tenía nada que ver con el de las anteriores, pero aún así era necesario observar el protocolo.
Madeleine sintió que era una extraña pregunta que hacerle a una desconocida, y se planteó si no contendría segundas intenciones. Sin embargo, el frío y la lluvia la empujaron a asentir.
-Bienvenida, pues. Siéntese aquí, junto al fuego. Está temblando. ¿Ha cenado? Le prepararé algo caliente, y luego le mostraré su aposento.
Madeleine se sintió todavía más desconcertada por la repentina amabilidad del hombre, pero agradeció el calor del hogar y el tazón de sopa. Su reacción fue distinta cuando finalmente vio el lecho que le ofrecían: nada menos que siete gigantescos colchones apilados uno encima de otro. ¡Si hasta era necesaria una escalera para subir a lo alto! Acuciada por el hombre, Madeleine trepó como pudo por los escalones, con los ojos cerrados, intentando no pensar en la vertiginosa altura.
-Que descanséis. Os veré por la mañana -dijo el hombre apagando la luz y cerrando la puerta.
«La leche», se dijo Madeleine. «Esto está alto de cojones, menudo mareo. Y encima, con lo que yo me muevo en la cama, me arriesgo a caerme y partirme la crisma. Así no va a haber quien pegue ojo».

A la mañana siguiente, cuando el hombre entró en la habitación, se encontró con una Madeleine ojerosa y macilenta.
-¿A caso no habéis dormido bien? -le preguntó, reprimiendo la excitación.
No queriendo criticar la extraña cama que con tanta amabilidad le habían ofrecido, Madeleine intentó componer una sonrisa mientras decía: -Bueno, he sufrido una ligera molestia que desgraciadamente me ha mantenido en vela toda la noche.
-No os preocupéis, mi señora. A partir de ahora dormiréis siempre como una reina -dijo el hombre con los ojos humedecidos por la emoción.

A partir de ahí los acontecimientos se precipitaron vertiginosamente, y Madeleine se vio envuelta en los preparativos de boda con el Rey Lorenzo. Sólo años más tarde descubiría éste que había sido vilmente engañado cuando, rememorando aquella noche, la reina Madeleine le dijo: -¿Guisante? ¿De qué guisante me hablas?

Written by descatalogado

2009/05/28 at 10:06 am

Mendrugos

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-Pero Andrés, ¿qué haces comiéndote ese mendrugo de pan ahí, a palo seco? Ni que fuéramos pobres…
-Descuida, que muy allá tampoco andamos. De todas formas me lo estoy comiendo con el queso que trajiste del pueblo.
-¿El de cabra? Pero si está como una piedra, es imposible de partir.
-Por eso. ¡Ah! ¿Queda fuet?
-No, estaba tieso y lo tiré.
-Porras, así no voy a poder hacer la dieta.
-¡Jajaja! ¿Dieta, comiendo queso y fuet?
-Dieta, comiendo cosas duras. De lo que se come, se cría. ¿Por qué te crees que luego…?
-¡Oh! ¡OH! Voy a mirar en la despensa, tiene que quedar algo de turrón del año pasado…

Written by descatalogado

2009/04/02 at 9:59 am

Manda huevos

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– ¿El señor sabe ya lo que va a tomar?
– Sí, el número nueve, por favor.
– Un número nueve: dos huevos fritos con salchichas, bacon y patatas. ¿El señor me permite su carnet, por favor?
– ¿Carnet?
– Sí, el carnet de padre, si es tan amable el señor.
– ¿Qué…? ¿Pero qué es eso del carnet de padre?
– Son las normas, señor: «Cuando sea padre tomará dos huevos». Si el señor no es padre puedo recomendarle el número siete, con un huevo frito, filete y ensalada.
– No sé qué estupidez es esta, pero tráigame el nueve. Si quiere, le enseño una foto de mis hijos, tengo que llevar alguna en la cartera…
– Lo lamento, señor. Si no dispone de carnet de padre voy a tener que pedirle que no me las muestre, o me vería obligado a denunciarle a las autoridades por llevar en la cartera fotos de menores. ¡Carlos! Carlos, acompaña al señor a la puerta, que ya se marcha.

Written by descatalogado

2009/03/15 at 12:16 pm

Publicado en palabras que no dicen nada

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